
Te rociamos, madre santa,
Del agua de nuestro amor,
Pues llevaste al redentor
Y por ello el salvo canta.
Y de tu misericordia yanta
El hambriento de dolor,
De tu fuente abrevador,
Que refresca su garganta.
Eres digna del respeto
De toda generación,
Ya sea silente y escueto.
Ya te anunció el paracleto
Que eres una entre un millón,
Y te ofrezco este soneto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario